Niño Geopolítico Observando El Nacimiento del Hombre Nuevo
En ocasiones anteriores, el huevo había sido el principal objeto de atención de los cuadros de Salvador Dalí. Uno de los más antiguos y espectaculares es el huevo-semilla-cebolla que sostiene una enorme mano en Las metamorfosis de Narciso, de 1937.Si en esa ocasión, el huevo servía como introducción al recurso de la imagen doble, una de las nuevas posibilidades que ofrecía su método "paranoico-crítico", en el lienzo que contemplamos no sucede así. El huevo no se transforma en nada; es el lugar donde se produce el nacimiento de un ser humano. Su apariencia blanda, más que viscosa, contrasta con la naturaleza líquida del mapa de la tierra que está representado en la superficie. Por encima de tan curiosa escena de alumbramiento (no olvidemos que para ciertas culturas el huevo es el símbolo del alma) una gran sábana actúa como protección, que no sólo ofrece sombra sino seguridad. La posición que ocupa en lo alto y el huevo nos remiten de inmediato a una de las obras más enigmáticas de la historia de la pintura: la Sacra Conversación del italiano Piero della Francesca, más conocida popularmente como la Madonna del huevo. Tan peculiar escena tiene lugar en un vasto paisaje, de grandes horizontes y en el que los escasos elementos naturales que se reúnen (colinas, montañas) están realizados con la ya habitual técnica de Dalí, prodigiosa en el dibujo. El recuerdo de los pintores clásicos y su admiración, en especial, por aquéllos que habían dominado el dibujo (Rafael e Ingres) no le abandonaría nunca. Ya en noviembre de 1925 había ilustrado el catálogo de su primera exposición individual en las barcelonesas Galerías Dalmau con tres aforismos del pintor francés, en los que se defendía el valor del dibujo como expresión de la esencia de la realidad.
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